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miércoles, junio 05, 2013

En un instante

Un día un señor le dijo a una señora: "¡Señora!"

La señora le miró, pero no directamente. Si le hubiera mirado directamente, el señor habría podido pensar que la había mirado directamente y sacar de ello conclusiones. ¿Cuáles? Pues sobre todo que había despertado su interés. Lo cual podría haberle inducido a sacar posteriores conclusiones, cosa que en sí misma no era indeseable, pero sí que lo era la seguridad con la que el señor habría podido sacar estas posteriores conclusiones, ya que la señora, pese a no tener nada en contra de las susodichas conclusiones, sí tenía sus reparos respecto a esta seguridad. Prefería ser señora de la inseguridad (inseguridad que en todo caso podía cambiar por seguridad según su propio parecer) que ser señora de la seguridad sin tener ningún poder sobre esta seguridad. Aparte de eso, ella misma aún no estaba segura.

Así que la señora le miró de modo que él tuviese la sensación de que le había mirado pero sin estar del todo seguro de ello.

Slawomir Mrozek. La vida difícil.

viernes, abril 26, 2013

La Antigüedad

  Pasé por la tienda de antigüedades y, mirando cosillas, vi en un rincón una figura que representaba a un hombre joven con barba, de tamaño natural. Estaba entre un reloj imperio y un jarrón de la época Ping.
- ¿Es de cera o de marfil? - prefunté al propietario de la tienda.
- Ni de una cosa ni de la otra. Es un revolucionario de verdad, de finales del siglo veinte, auténtico. ¿Por qué no se lo lleva?
- ¿Y es muy caro un revolucionario de éstos?
- Qué va, se lo dejaré baratísimo, ahora los revolucionarios han bajado mucho de precio. Tengo más de veinte en el almacén. A decir verdad, no tiene ningún valor como antigüedad a causa de la excesiva oferta.
-¿Y qué utilidad se supone que puede tener?
- Lo pondrá en su casa y él le hará la revolución.
- O sea, ¿qué?
- Romperá la vajilla, arrancará los pomos, ensuciará la alfombra del salón... Lo normal en los revolucionarios.
- ¿Y usted llama útil a esto? ¡Si no son más que estropicios!
- Pero, ¿acaso su vida no es demasiado aburrida? Venga, reconózcalo.
   Entorné los párpados. Con los ojos de la imaginación vi la vajilla en la cocina dispuesta en los estantes, en orden, como siempre, los pomos eternamente en su sitio, en la puerta, la alfombra del salón invariablemente limpia... Es verdad, qué falta de perspectivas, qué aburrimiento...
-Vale, me lo llevo.
- ¿Se lo envuelvo?
- No, pesará al menos setenta kilos, que vaya por sí solo.
   Me dio una paliza nada más pisar la calle. Y de pronto sentí que en mi vida ya había movimiento.

Slawomir Mrozek. La vida para principiantes.


lunes, abril 08, 2013

El octavo día

Dios trabajó seis días y descansó el séptimo. El hombre no es Dios, se cansa antes, por lo que consideró que el sábado también le correspondía como día de descanso. Esta decisión no encontró una expresa objeción por parte de la Instancia Suprema.

"Si ha salido bien con el sábado, tal vez también cuele el viernes", pensé, y dirigí a Dios una solicitud con el siguiente contenido:
"A causa del cansancio que siento después del lunes, el martes, el miércoles, el jueves y el viernes, ruego tenga a bien otorgarme también el viernes como día libre de trabajo. Homo Sapiens."

 No hubo respuesta, por lo que consideré también el viernes me había sido otorgado.

Sin embargo entre el miércoles y el resto de la semana quedaba el horrible jueves. Nada casa más que el trabajo el último día de la semana laboral. Así que escribí esta vez con más atrevimiento:
"El hombre es una caña pensante" (Blaise Pascal, 1623-1662). Yo pienso que tampoco debo trabajar los jueves".

Ahora la semana laboral termina el miércoles por la tarde. Sí, pero ese miércoles... El silencio de Dios me dio valor.
"Exijo la supresión del miércoles como día laborable. Prometeo".



En cuanto al martes, me rebelé ya abiertamente:
"Llamarse hombre llena de orgullo" (Maxim Gorki, 1868-1936). El martes atenta contra mi dignidad. Estoy en total desacuerdo y acabo el lunes".

No hubo respuesta, así que con el lunes fue muy fácil. Bastó un telegrama:
"El lunes también queda excluido".

Ahora tenía siete días de la semana libres y me sentía orgulloso de mi rebeldía (L'homme révolté, Alber Camus, 1913-1960). Pero al cabo de un tiempo me di cuenta de que la semana sólo tenía siete días y, por lo tanto, yo no podía tener más de siete días libres a la semana. Semejante limitación de mi libertad me pareció inadmisible.
Así que telegrafié a Dios:
"Crear inmediatamente un octavo día".

No contestó, lo cual me afirmó definitivamente en mi convicción de que Nietzsche tenía razón (Friederich Nietzsche, 1844-1900) y Dios no existía. Pero en este caso, ¿quién era el culpable de que la semana sólo tuviera siete días y de que yo no pudiera tener más de siete días libres a la semana?

Cogí un palo y me puse al acecho en la escalera. Cuando pase un vecino, le arreo.

A fin de cuentas alguien tiene que ser el responsable de la injusticia que se me ha hecho.

Slawomir Mrozek. La vida para principiantes.