El ruido de fondo.

Mi columna de Rolling de junio

El Dr. Repronto (les recomiendo consultar su magnífico videoblog “Las Reflexiones de Repronto”) explicó en una de sus conferencias (disponible en Youtube) la diferencia entre “alta cultura” y “baja cultura”.

Antes del siglo XVII, más o menos, se consideraba que el hombre era diferente a los animales “por la gracia de Dios”. Pero si Dios no existe, entonces lo que nos distingue de los animales es La Cultura.

Y aquí se abren dos caminos: uno que conduce a lo sublime, al cielo, al síndrome de Stendhal, al estándar de civilización, a la alta cultura; otro que conduce a la diversión, al infierno, a lo vulgar, a la cultura popular.

En el primer caso, y al igual de lo que ocurre con la religión, uno sólo alcanza el éxtasis si se lo cree "hasta atrás".

El segundo caso no necesita justificación. La alegría se basta a sí misma.

Lo primero es bueno. Lo segundo es malo.

Por eso es muy difícil tener éxito de crítica y público simultáneamente. Con el reconocimiento, en la mente del crítico lo sublime se convierte en vulgar. Pero no es de esto de lo que quería hablar, sino de esa cosa que sucede a veces de ir a un concierto donde la gente está como en misa. ¿Por qué?

Billie Holiday cuenta en su autobiografía que el recuerdo más vívido que tenía de su primer concierto en el Olympia de París era el sonido de sus pasos al acercarse al micrófono del escenario. Acostumbrada al follón de los clubes de jazz, el silencio respetuoso del público del Olympia la hizo sentirse una artista respetada por primera vez en su vida.

Personalmente no me molesta que se hable o se haga ruido en mis conciertos, y me gusta mucho que el público cante las canciones. Creo que un concierto es un evento social para beber, ligar, estar con los amigos, etc., y si Billie Holiday podía soportarlo, pues no voy a ser yo menos, que no soy nada.

Evidentemente los límites los pone el sentido común. Si vas a molestar al vecino, pues mal. Baja cultura total.